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“Circo Máximo” (Planeta), la segunda novela de la serie de Marco Ulpio Trajano que inició “Los asesinos del emperador”, llega con la energía de un auriga. Viajamos en el tiempo hasta la Roma de Trajano en un paseo con su autor por Tarraco y aledaños. texto FRANCISCO LUIS DEL PINO OLMEDO fotos ASÍS G. AYERBE / FRANCISCO LUIS DEL PINO OLMEDO

Una lluvia fina y persistente, de la llamada calabobos, es la anfitriona a nuestra llegada a Tarragona –o debería decir Tarraco, para estar más en consonancia con el marco romano que visitamos–. Santiago Posteguillo (Valencia, 1967) es nuestro guía como lo fue en Roma hace dos años, bajo aquel implacable sol que nadie añora en esta ocasión. Entonces nos habló de Los asesinos del emperador, la primera novela de la trilogía que tiene a Marco Ulpio Trajano, el primer emperador hispano, como eje central. Si allí, aunque se narraba su ascenso al trono, era un personaje algo secundario, aquí, a pesar de tratarse de una obra muy coral, la figura de Trajano lo inunda todo. Circo Máximo es, sin duda, la novela central de la trilogía. Potente por la descripción de las Guerras Dacias, por un juicio apasionante, por la lucha en la arena y por las carreras de cuadrigas. Todo un espectáculo, servido con los mejores cubiertos por un maestro de la novela histórica de romanos.

La misma sonrisa y buen talante muestra este filólogo y lingüista, profesor titular en la universidad Jaume I de Castellón, donde imparte clases de literatura inglesa, especialmente de la narrativa del siglo XIX. Su admiración por el emperador Trajano le ha llevado a escribir sobre él para intentar difundir la importancia del personaje desde la novela histórica. Hoy nos habla, al tiempo que recorremos los restos del anfiteatro y el circo romano de la imperial Tarraco, de Circo Máximo, escrita cada una de sus 1.200 páginas con la misma precisión e inteligente estrategia de las dos campañas dacias que el emperador de la Bética tan brillantemente realizó.

El entusiasmo de Posteguillo va unido a su percepción de que, a algunos personajes de probada valía, ni la historia ni la literatura les han hecho justicia. Es lo que le llevó a dedicar su primera trilogía a Publio Cornelio Escipión, el vencedor del cartaginés Aníbal en la batalla de Zama. Una trilogía potente que arremetió con enorme fuerza contra el vacío, según él, que había en el panorama español sobre el general romano. Ahora, tras Los asesinos del emperador, que como un ariete ha abierto las fortalezas de la curiosidad sobre Trajano y ha hecho prisioneros a tantos lectores, estos esperaban con ansia la segunda entrega. Circo Máximo superará las expectativas creadas; entre otras razones, por su elaborado y complejo tejido narrativo. El fresco que traza de una época con alta resolución en el detalle, la épica que transmite con una técnica similar a la cinematográfica, que permite visualizar los momentos álgidos, desde el cruento choque de los ejércitos a las frenéticas escenas de las carreras de cuadrigas, o la lucha en la arena. Todo ello, a través de una lectura que mantiene el ritmo y aumenta la tensión, como en las mejores novelas negras, bélicas, o películas sobre juicios, corrupción, traiciones y luchas a muerte en geografías distintas.

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Sobre estas líneas, el maniquí vestido de romano que da la bienvenida al local donde comieron Posteguillo y el firmante del artículo. El autor posa en el museo de arqueología de Tarragona; y en el centro, una vista del antiguo circo imperial de la ciudad catalana.

El contexto histórico

Imperturbable como un disciplinado oficial romano ante la menuda lluvia que le va calando, el escritor se mueve entre los restos arqueológicos valorando sus dimensiones, calculando su aforo, mientras explica que tanto el anfiteatro como el circo son representativos de lo que era una ciudad romana en la época imperial de Trajano. “Quien no estuvo propiamente vinculado a Tarragona, porque fue destacado militarmente en Regio (León). Lo que pasa es que Tarragona era una de dos grandes provincias romanas, y en tiempos de Trajano, y luego de Adriano, Tarraco se benefició de una política de amplia inversión en infraestructuras en Hispania”, comenta.

Este es un buen momento para abordar la importancia que tiene el situar bien un contexto. “En la novela histórica me gusta la idea del fresco. Por ejemplo, en la trilogía sobre Escipión me interesaba que el lector fuera consciente de que Plauto y el nacimiento del teatro clásico ocurren mientras Escipión y Aníbal están combatiendo”. Se limpia las gafas del agua que las empaña y continúa, esta vez refiriéndose a su última novela, cuyo tema central se ve acompañado de algunas “subhistorias” y pinceladas sobre el cristianismo, con apariciones de Juan, discípulo de Cristo; Ignacio, obispo de Antioquia, y Evaristo, obispo de Roma. “Me gusta que se vea que los cristianos de la época estaban preocupados porque estaban muriendo los discípulos, y no sabían cómo se iba a mantener el mensaje de Cristo. Y eso está sucediendo durante el gobierno de Trajano, y están pensando qué hacer”.

Una de las partes más intensas de la novela es el juicio a dos de sus protagonistas, el auriga más famoso del momento, Celler, y una vestal, acusados de mantener relaciones carnales. La sentencia de culpabilidad representaba para la vestal ser enterrada viva. Le preguntamos si existían precedentes comprobados. “En la época del emperador Domiciano se juzgó y condenó a cuatro: a tres vestales y a una vestal máxima, injustamente. Pero eso no importaba, porque el resultado de los juicios en Roma dependía más de la habilidad y discurso de los abogados, acusador y defensor, que de la justicia”. El escritor esboza una ligera sonrisa y dice con ternura, recordando al abogado defensor que intentará librarlos de la muerte: “A mí me gusta mucho Plinio el Joven. Tiene esa mirada cáustica, un poco de vuelta de todo; pero, al mismo tiempo, intenta ser digno y mantener que las cosas sean lo más justas posible”.

Encaminamos nuestros pasos hacia al museo de Historia de la ciudad; después, al arqueológico. Ha dejado de llover y, en su lugar, un sol resplandeciente intenta recuperar el tiempo perdido calentando el asfalto. En el museo encontramos algunas estatuas sin cabeza de Trajano, un par de ellas colocadas sobre pedestales, amén de diferentes representaciones de ciudadanos de la época. Y unos bellos mosaicos que, según el escritor, “son muestra del refinamiento romano en la época imperial”. Posteguillo admira igualmente la capacidad de construcción de los romanos: “Trajano reconstruirá en piedra, ladrillo y mármol el circo Máximo de Roma, y aquí, en Tarragona, hemos visto grandes bóvedas propias de un circo romano en la época altoimperial. Una buena muestra –insiste– de cómo era un circo en el interior. De su capacidad constructiva tenemos un ejemplo en la novela con la construcción del puente sobre el Danubio”. Antes de abandonar el recinto, nos relajamos al tropezar con una exposición erótica romana, que el autor califi ca de “floja” mientras sonríe entre pícaro y condescendiente.

La conquista de la Dacia

Santiago Posteguillo quiere dejar claro en la trilogía, y así nos lo asevera mientras almorzamos, que la conquista de la Dacia fue un hecho tan importante como la de las Galias por Julio César o la limpieza total que hizo Pompeyo el Grande de piratas en el Mediterráneo. “Pero es menos conocida porque la historia anglosajona no se ha interesado por esta parte. Lo importante que tiene la Dacia es que, con su conquista, Trajano quiebra la teoría del emperador Augusto de que no se debía pasar ni del Rin, ni del Danubio, ni del Éufrates. Fue un punto de infl exión que él quería extender a Oriente”, explica.

Las escenas de las dos Guerras Dacias, donde las legiones miden el acero de sus gladios con las falces dacias, esas armas alargadas que terminan en un fi lo curvado y que tantas piernas y brazos romanos seccionaron, lo mismo que la construcción de un puente sobre el Danubio a cargo del arquitecto Apolodoro de Damasco, están repletas de detalles, brutales y sangrientos, y de ejemplos del esfuerzo enorme por lograr sus objetivos por parte de todos los contendientes. “La conquista se llevó a cabo del 101 al 107, seis años y dos guerras no es mucho”, dice Posteguillo. Y recuerda que ya Julio César había trazado un plan para conquistar esa región actualmente situada en Rumanía, fronteriza en algún punto con Serbia. Su asesinato frustró la acción. Pero el emperador Domiciano lo intentó y acabó perdiendo dos legiones en el valle de Tapae, la V Alaudae y la XXI Rapax, cuyos estandartes quedaron en manos de Decébalo, rey de la Dacia.

La conversación se desarrolla en un marco adecuado, pues sobre nuestras cabezas se yergue una bóveda romana que, de cuando en cuando, atrae nuestras miradas. Y la entrada del restaurante está guardada por un muñeco vestido de legionario, lo que da rienda a nuestra fantasía y hace que nos sintamos en plena campaña de la Dacia. Posteguillo manifiesta que podrían existir paralelismos en estas campañas con la de Hispania. Entre otros, explica que “en España hubo grandes asedios, como el de Numancia, y en la novela se narra el de la capital dacia, Sarmizegetusa. Y hay casos de resistencia hasta el fi n, pues los dacios eran grandes guerreros”. Los lectores recordarán las épicas escenas del sitio de Jerusalén relatadas en Los asesinos del emperador, y Circo Máximo no se queda a la zaga en cuanto a impacto y espectacularidad. De los aliados del rey Decébalo, sármatas y roxolanos, el escritor describe a los primeros y su caballería como formidables: “Tenían caballería pesada con movilidad y eran guerreros muy fuertes. Tanto caballos como jinetes iban protegidos. Los romanos les temían”.

La Fórmula Uno del siglo II

Si en Circo Máximo el autor narra fundamentalmente por qué Trajano es un gran gobernante y su conquista de la Dacia, el principio y el fi nal de la novela se podría decir que cuentan con un “marco dorado”, según el escritor, que son dos grandes carreras de cuadrigas.

Se nota que Santiago Posteguillo es cinéfilo, y que le gustan sobremanera las dos versiones de Ben-Hur, dadas las impresionantes escenas que describe en la novela sobre las carreras de cuadrigas. Se descubre que los aurigas se ataban las riendas al cuerpo y tenían un cuchillo a mano, “como está presente en las estatuas que los representan”, explica. “En la película protagonizada por Charlton Heston no sale porque no tenían los asesores que debían”, reprocha.

Si la primera competición que se relata en la novela es trepidante, brutal, una especie de mezcla de Indianápolis y Monza, las otras son sencillamente apoteósicas. El autor describe igualmente el mundo de las corporaciones, diferenciadas por su color, y el de las apuestas, que movían grandes sumas de dinero. El lector se enamorará de Níger, el caballo que, junto a Orynx, Tigres y Raptore, manejados por Celler, el más prestigioso auriga de los Rojos en la novela, escribirá una página intensamente épica y hermosa. Son, literariamente, caballos para la gloria, cuyos relinchos, esfuerzos y valor quedarán impresos en la memoria de cuantos lean esta novela.

Antes de despedirnos, Santiago Posteguillo explica que de las carreras de cuadrigas hay menos documentación que de las luchas gladiatorias, aunque vienen a desaparecer aproximadamente al mismo tiempo. “De hecho, las carreras de cuadrigas eran prácticamente a muerte, porque los accidentes eran constantes. Y eso no ha quedado reflejado y no se ha recreado tanto. Es más costoso económicamente. ¿Porque, cómo metes doce cuadrigas y 48 caballos en una película?”.

Antes de partir saludamos al legionario de pega y le hago una última fotografía, con el autor a su lado. ¡Qué menos, tratándose de un romano!.